El argumento de la película es sencillo y se inicia con la llegada de un hombre católico, encarnado por un estupendo Jean-Louis Trintignant, a Clermont, un lugar provincial. Allí comparte ratos con Vidal al tiempo que se enamora de Françoise, una joven también católica. Pasa una noche con su amigo Vidal, un marxista y conoce a Maud con la que sostiene un largo debate. Por supuesto, habrá un dilema pues la atracción del héroe por Maud contrasta con su devoción por casarse con la rubia que ha visto antes.
Se habla mucho de esta película, a veces con admirable elegancia, pero lo que de verdad debe apreciar el espectador más inteligente es la sobriedad visual y el espléndido trabajo de Néstor Almendros, haciendo auténticos prodigios con un blanco y negro naturalista que despeja cualquier duda sobre la belleza elegante y madura de Françoise Fabian, casi áurea en su encarnación de una Maud demasiado confidente (o antagónica) para el protagonista. La película alcanza su cima en un final insólito y rompedor, casi un tratamiento acelerado de desolación de la forma más feliz posible. Pienso que este es uno de los aciertos de Rohmer, hacer de su mirada distancia una forma mayor de ironía, aunque aquí todavía puede sentir uno el temblor.
La duda del protagonista es quizá sencilla de vislumbrar, debatirse entre una profunda decisión espiritual, tan apresurada y juvenil y banal como podíamos esperar, y otra que parece mucho más urgente e insólita, pero que oculta una realidad madura y posible. El espesor de los protagonistas es también el mismo terreno ambiguo de sus emociones; el ojo fulgurante de Rohmer nos impide un juicio sencillo, pero no nos deja sedientos por saber más, al contrario, nos aturde el conocer tanto y tan bien a sus protagonistas.
http://www.youtube.com/watch?v=5xsF6wCTvB4&feature=player_embedded
En esta escena memorable hay un debate, de nivel exquisito y no mejor naturalidad, sobre el pensamiento del francés. Es un interludio gloriosamente intelectual en una película triste, inteligente y tremebunda en lo emocional; su final es todavía una gran, inmejorable sacudida. Porque no es una película sobre los dilemas morales explicada en varias conversaciones, es, más bien, una película sobre seres humanos increíblemente vivos, por lo tanto ahogados en derrotas espirituales y con gran facilidad en la palabra, es una película en la que conversar es el mejor de los destinos porque el resto, cuando se hace el silencio, los gestos se acortan, no puede sobrevivir al paso fatal de estas convicciones. Durante un momento, el diálogo es como un fogueo lleno de una inteligencia que se hace recíproca y admirable, ahí brilla el arte de Rohmer.
Pablo Muñoz
En ocasiones, los diálogos se extienden por varios minutos, sin que los interlocutores se dirijan explícitamente a la cámara. Utilizando algunas de las técnicas de distanciamiento del dramaturgo Bertold Brecht, Rohmer no pretende que el espectador empatice con ninguno de los personajes, sino establecer la mayor distancia posible entre los intérpretes y el espectador. Así, el director renuncia a las técnicas clásicas de plano-contraplano propias de las conversaciones entre personajes, ampliando el objetivo tan sólo para captar la cabeza y hombros de los actores. Para reforzar su apuesta formal, el director no recurre en ningún momento a zooms proyectados al rostro, ni utiliza la iluminación con fines dramáticos o emplea ángulos de cámara inusuales. El estilo visual del filme es tan desnudo, tan descarnado que roza lo decididamente amateur.
Despojada de todo artificio formal (ni siquiera hay banda sonora),Mi noche con Maud cuenta, sin embargo, con la estupenda fotografía del magnífico Néstor Almendros, que consigne impregnar de realismo mágico una de las más bellas secuencias de la película: aquella en la que Françoise y Jean Louis se confiesan errores pasados, mientras que la nieve cubre Clermont-Ferrand, enterrando todos los viejos fantasmas en la pequeña y asfixiante localidad.
Javier Pulido